Pesadilla sin Fin (Versión 2)

Versión dos del cuento “Pesadilla sin Fin” con cambio de género

 

Un amor salvador

 

Caminando por las calles de mi barrio, ya se acercaba la hora de la cena. Me quedan pocas cuadras para llegar a casa. Acelero mi paso ya que la oscuridad y la soledad me generan cierto miedo, por más que trate de superarlo de a poco. Le mando un mensaje a mi novio, Juan, para decirle que ya estoy llegando, así me espera en la puerta, como hace siempre, sobre todo si salía del colegio a esta hora.

Cruzo la calle después de mirar para ambos lados y confirmar que no se asomaba ningún auto. Pasando por la calle de mi casa, veo al final de la cuadra a mi novio y acelero para llegar y abrazarlo. La vereda se encuentra llena de hojas, sinónimo de que entrabamos en la época de otoño, mi estación favorita. Las piso, con entusiasmo, aunque siento que alguien también las pisaba detrás de mí. Miro para atrás pero no veo a nadie, levanto los hombros pensando que habrá sido algún pajarito y sigo mi camino. Vuelvo a escuchar esa misma pisada y al girar nuevamente, veo a alguien parado detrás de mí que, en cuestión de segundos y sin darme tiempo a reaccionar o siquiera pestañar, me toma por el cuello y posa su mano en mi boca para tapar mis gritos o algún ruido que salga de mi interior. Me lleva para un callejón que había casi a mitad de vereda, con total oscuridad y sin un alma asomándose. Me apoya contra la pared y comienza a tocar mi cuerpo, con desesperación, como si tuviera poco tiempo de hacerlo o alguien que lo frene. Intento morder su mano, que por esa acción hace que la separe de mí y lo único que me nace hacer es gritar el nombre de Juan seguido de un “Auxilio”. Las lágrimas caen por mi cara, por mi cabeza se cruzan miles de momentos, considerados para mí como los mejores, que pasé con mi familia o con mis amigas, los sueños y las metas que me quedan, o quedaban, por vivir, la cantidad de cosas que aún me quedaban por aprender, los grandes errores que todavía debía cometer, porque de eso se trataba la vida. Me pregunto por qué me debía pasar esto a mí, si siempre fui una buena chica, sin ninguna mala intención y que nunca se buscaba o armaba un problema. Recuerdo las palabras de mi mamá diciéndome que me amaba, que si me pasaba algo se moría, que siempre debía tener cuidado, esté donde esté, sea la hora que sea, que siempre le avise a dónde iba o con quien estaba. Solo por precaución, y yo pensando que era una exageración. Seguía sintiendo las manos de aquel hombre, que las sentía con asco, como si fueran ásperas, como si me lastimaran al pasar por cada parte de mi cuerpo, como si rasparan, como si estuviera sangrando. De golpe, siento que todo se calma, que deja de hacer aquella acción horrenda para mí. Con miedo y con cuidado, abro los ojos y luego de pestañar varias veces y mirar bien la situación, lo veo a Juan que estaba abalanzado sobre aquel asqueroso, golpeándolo hasta verlo sangrar, diciéndole miles de barbaridades que nunca pensé escucharlo decir. Luego de reaccionar, lo separo y lo levanto, agarrando su cara con mis manos, calmándolo y diciéndole que ya está, que estaba todo bien y que nos vayamos de ahí, rápido. Agarro mi mochila del suelo y juntos, de la mano y abrazados, todavía temblando y con las lágrimas ya secándose en mi casa, nos vamos de ahí, rápido, para llegar a mi casa, aquel corto camino que para mí fue interminable, recibiendo un beso en la cabeza y un fuerte abrazo de su parte, muy necesario para mí en este momento, mi refugio de ahora en más.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Análisis del texto "¿Por qué no bailan?" de Raymond Carver

Algo que no se nombra

Sueños y más sueños